Los Golden State Warriors de Stephen Curry hicieron valer su leyenda este jueves en Boston y se alzaron con su cuarto anillo en ocho años. Por si fuera poco el mérito, ganaron (103-90) en el sexto partido de la eliminatoria y a domicilio, en uno de los estadios con más solera de la NBA.
Los de San Francisco pasaron por encima de unos Celtics que, zarandeados por la realidad, despertaron en casa y con la ropa puesta, con la resaca de la oportunidad perdida de volver al exclusivo club de los elegidos para la gloria.
No pudo ser. En el sexto partido de la eliminatoria, que solo peligró para los de San Francisco durante un suspiro en el arranque, los Warriors se impusieron con autoridad a un equipo local cansado, falto de concentración e ideas y rebosante de ansiedad, que no supo estar a la altura de las circunstancias de disputar su primera final en 12 años. Hace 14 años que lograron su último campeonato.
El triunfo apuntala la grandeza de Curry, un jugador de esos a los que los tópicos ya ni hacen justicia. Ha marcado una época y ha cambiado para siempre la faz de un juego que en cierto modo se ha adaptado a sus virtudes de tirador infalible, sí, pero este jueves, que no fue de sus jueves más brillantes, su leyenda se ensanchó un poco más. El base de los Warriors supo sobreponerse a un arranque decepcionante y acabó, como siempre: máximo anotador del partido, empatado a 34 puntos con Jaylen Brown, y con seis triples en su casillero. El trío que ha formado en estos años con Klay Thompson y Draymond Green se da con esta victoria un homenaje a la altura de pocas dinastías de la NBA. Ese tributo al talento de estos Big Three supo mejor si cabe a Thompson, que regresó en enero de una larga lesión de 31 meses, y que aún no ha recuperado del todo su mejor forma.elpais
