Era Viernes Santo y las arenas blancas de la playa Boca Chica no tenían marcas de pisadas. Los cheslong de playa estaban guardados y los Jet Ski de alquiler se encontraban arrumbados en una esquina.
La culpa es del Covid-19, quien ha obligado al Gobierno dominicano a restringir el acceso a las playas para evitar conglomerados y focos de contagio de esta pandemia que se ha convertido de un dolor de cabeza global.
Ayer los comercios de Boca Chica estaban cerrados, y solo se observaban en sus paredes los cartones con el contenido del menú. Sin embargo, en vez del tradicional ambiente festivo en los restaurantes y cafeterías del lugar, donde hombres y mujeres y familias enteras se divertían entre manjares del mar y bebidas alcohólicas, reinaba un silencio sepulcral.
Ya no había castillos de arenas ni niños intentando crearlos. Tampoco estaban las pelotas inflables ni los vendedores ambulantes con postales de tatuajes. En definitiva, el Covid-19 ha forzado a los ciudadanos a reposar en una semana sagrada que se supone debe evitarse la gula y el desenfreno, pero que nunca se ha cumplido como tal.
Solo el año pasado, el Centro de Operaciones de Emergencias (COE) reportó 33 muertes durante el asueto semana santa, en su gran mayoría por accidentes de tránsito.
Según los datos oficiales, 18 de esas 33 muertes se produjeron dentro del operativo de seguridad del COE y, de estos, 16 se produjeron por accidente de tránsito y 2 por asfixia de inmersión.listindiario