El otro fideicomiso

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Hay varias modalidades de matrimonio: por negocio, por conveniencia, por necesidad y también, naturalmente, los hay por amor. No importa la índole. Todos son matrimonios.

Y al menos por este lado del mundo, depende de cada uno aceptar o no si hace yunta con este, con aquel, con esta o con aquella.

Y no sé por cual razón pienso en un matrimonio cuando escucho hablar de fideicomiso. Quizás porque en ambos casos se procede -excepto en los matrimonios arreglados- primero sobre la base de confianza mutua y porque siempre hay que ceder algo (espacio, libertad, tiempo), y porque casi siempre hay alguna conveniencia, intereses y/o amor o todas las anteriores. También es cierto que a veces uno se casa para joderse, ciertamente.

Y ya que estamos en el plano de las comparaciones, me parece que en el caso del fideicomiso de Punta Catalina ha ocurrido una especie de eyaculación precoz (o algo así). Por eso hubo de ser inteligentemente (¿abortado?) retirado su conocimiento del Senado, aplazado y enviado al Consejo Económico y Social (CES), para que allí se escuche la opinión de todos los sectores interesados, incluidos los partidos.

Bien hecho por el presidente Luis Abinader en no imponer la mayoría mecánica de la que hoy goza su Partido Revolucionario Moderno.
Aunque el proyecto no sea tan mefistofélico como sugieren sus detractores (pero cuidado si es peor), lo sensato en un gobierno que se precie de democrático es escuchar la voz del pueblo. Y además, porque tal como ha sido planteado inicialmente, el fideicomiso de Punta Catalina podría significar la sepultura del proyecto reeleccionista del presidente Luis Abinader.

Incluso aliados de Abinader, gente que de una u otra manera contribuyó a su triunfo han levantado sus voces pidiendo transparencia y oponiéndose al fideicomiso por considerarlo la antesala de la privatización de la principal planta energética del país (CTPC suple casi el 25 % de toda la demanda de electricidad del país), y porque además es la obra más costosa jamás construida en el país, más de US$2,300 millones, mal contados diría mi abuelo Z. Marte.

Otro absurdo de esta iniciativa es que le ha dado municiones para atacar al gobierno a gente que debería estar en la cárcel por haber hecho de Punta Catalina un negocio más sucio que el carbón. Así no es. ¿Dónde están sus estrategas? Gente que aceptó sobornos de Odebrecht, según la propia empresa brasileña, que admite haber repartido para ese proyecto US39 millones, se presentan ahora como Robin Hood.

Pero ya que estamos urgidos de ayudar a los amigos oligarcas, por qué en lugar de entregarles en bandeja esa obra no les propone un fideicomiso diferente: la construcción de otras dos plantas similares donde el Estado invierta la mitad y el sector privado la mitad, y si se quiere, que la administren ellos o que haya un Consejo Directivo mixto, o una sociedad anónima al estilo Refidomsa, por ejemplo. Y una vez entre en operaciones, se reparten los beneficios equitativamente.

De hecho, la demanda energética crece cada año entre 4 y 5 %, equivalente a 150 megavatios, y tomando en cuenta que algunas plantas ya son obsoletas, ya este año el gobierno debería comenzar a instalar otra planta de igual capacidad que Punta Catalina

Actualmente la capacidad instalada es de 3,500 megavatios y la capacidad disponible ronda los 3,000 megavatios.
Hay pues espacio para una expansión del negocio sin necesidad de un fideicomiso al peor estilo capaperros.